4/7/08

Nosotros, los colombianos

Es el titulo de la columna de Juan Villoro del día de hoy, y estoy totalmente de acuerdo con ella, cuando dice que nosotros (los mexicanos) afirmamos con implícita superioridad que nos estamos colombianizando, por toda la violencia que esta azotando al país, pero yo veo que toda esa violencia se termino hace años por aquí y ahora ya lo superaron y miran hacia otras direcciones. Mientras tanto nosotros tratamos de etiquetar una situación para justificar algo que se nos escapa de las manos y así sentirnos ''bien''.
Creo tambien que tenemos muchas cosas en comun, mas de lo que uno puediera imaginar, maneras de pensar o actuar, (bueno en la comida eso nada de nada) y no es un percepcion solamente mia el otro dia me decia un amigo que ha estado mucho tiempo en mexico, que se identificaba mas con mexico que con venezuela o ecuador o america latina en general.
Pero también veo con buenos ojos que ya estamos copiando modelos urbanos que están funcionando aquí con éxito, acuérdense que Bogotá obtuvo el León de Oro como mejor ciudad en la Bienal de Venecia.
Aquí veo como las ciudades le devolvieron al peatón el espacio que le había quitado el automóvil por ese afán de tratar de modernizarla,
Aquí en lugar de hacer las calles mas anchas por que el trafico vehicular esta aumentado, no, hicieron lo contrario de lo que unos creen que es lo ‘lógico’ sino lo que hicieron mas ancho fueron los andenes y las calles mas angostas.
Y es algo que la ciudad de México esta tomando como ejemplo. Como la zona que recupero con tepito, o los paseos en domingo en bicicleta, en chihuahua con el transporte colectivo así sucesivamente reciclar las plazas que se olvidaron de ellas, por que este concepto de adueñarse de la ciudad caminandola se perdió por completo hace muchos años.
Bueno y quiero acabar con el final de la columna de Villoro, tratando de cambiar esa idea que tenemos preconcebida del mundo que nos rodea.

La frase México se está colombianizando ha cambiado de signo: hoy es motivo de esperanza.

Nosotros, los colombianos
Por Juan Villoro

Hace unos meses Fernando Vallejo, admirado autor de La virgen de los sicarios, tomó una decisión un tanto imaginaria, nacionalizarse mexicano. Que alguien nacido en Colombia adopte un país tan parecido al suyo equivale a dejar el tequila blanco para pasar al reposado.

No es casual que una de las novelas más mexicanas de los últimos años, No me olvides cuando mueras, sea obra de un colombiano, Hugo Chaparro Valderrama. Escrita en octosílabos indoloros, que se leen como la respiración natural del idioma, narra los portentos que un ciego atestigua durante la guerra cristera. Chaparro Valderrama entrega las visiones de un invidente, hechas de palabras. Excepcional compendio de la lengua y las supersticiones nacionales, No me olvides cuando mueras ha sido escrita por un mexicano secreto, eso que suele ser un colombiano.

El día en que Hemingway se pegó un tiro, Gabriel García Márquez llegó a México. Aquí reinventó el hielo, admiró a Rulfo y leyó un graffiti en una barda: Peggy, dame un beso (este telegrama de literatura urbana lo llevó a pedir públicamente que Peggy accediera a la solicitud).

El 24 de octubre de 1956, también Álvaro Mutis llegó a la Ciudad de México. Venía apesadumbrado y se desplomó en el asiento de un taxi. El conductor le preguntó qué sucedía. El poeta confesó que tenía un problema del carajo. No se preocupe, señor, aquí todo se alivia, dijo el piloto. Mutis contempló el violáceo atardecer del altiplano y acaso intuyó que se quedaría aquí para siempre.

El autor de La nieve del almirante preside el patronato de la Casa Refugio Citlaltépetl, que acoge a escritores perseguidos. Ahora es él quien funge de piloto ante los recién llegados. El miércoles pasado comimos con el más reciente huésped de la casa, el iraquí Hatem Abdulwahid Saleh, quien salió de Bagdad ocho meses después de la guerra; pasó de un país a otro durante cinco años hasta llegar a México, de donde se ha propuesto no salir, siempre y cuando no le sirvan ese guiso desconcertante que lleva chocolate. Durante la comida, Mutis fue lo que siempre ha sido: el anfitrión de cualquier sitio donde se encuentre. Imposible pensar que sea alguien llegado de lejos.

A principios del siglo XX otro colombiano vino a México a complicarse la vida y compensar sus arrebatos con propinas. En los años de Revolución, Porfirio Barba Jacob entraba a las cantinas como un caudillo de la ocurrencia y el malhumor. A una camarera le dio un billete de 100 pesos y le dijo: Dieciséis pesos son por los tragos y el resto en pago de los insultos.

Fernando Vallejo dedicó 10 años a su excepcional biografía de Barba Jacob, El mensajero, y un erudito con buenos anteojos podría dedicar mil páginas a mostrar lo nuestras que han sido las palabras colombianas.

Por eso desconcierta que se diga con alarma: México se está colombianizando. Obviamente la frase no se refiere a que bailemos demasiados vallenatos o seamos incapaces de olvidar a Margarita Rosa de Francisco en Café con aroma de mujer, sino al incremento del narcotráfico y la violencia.

La literatura de Colombia ha dado cuenta de ese drama. En El olvido que seremos Héctor Abad Faciolince narra el asesinato de su padre y en Rosario Tijeras Jorge Franco trata el tema de los sicarios.
En abril de 2003 comí en Bogotá con la poeta María Mercedes Carranza. Mientras me explicaba el ritual aderezo del ajiaco, contó que uno de sus familiares estaba secuestrado por las FARC y otro había sido víctima de los paramilitares. Dos fuerzas presuntamente enemigas destruían a una misma familia. Poco después, el 11 de julio, María Mercedes puso fin a una vida determinada por ausencias. En uno de sus poemas escribió: Me he cansado/ de mis palabras,/ se las presto.

Otro escritor cercado por la violencia, Fernando Cruz Kronfly, decidió refutar la situación colombiana con un congreso sobre el Principio Esperanza. Nos reunimos en Cali, capital de la salsa. En una de esas noches en que los colombianos revelan que su oficio primordial es la música, Fernando tomó una guitarra. Apenas había templado unas notas cuando advertimos que su mujer lloraba en silencio. Quería pasar inadvertida pero no lo logró. Le preguntamos qué sucedía. Su respuesta llegó como un granizo: Fernando no tocaba desde el secuestro de nuestro hijo.
Colombia ha pasado por años de sangre. Sin embargo, mientras en México se afirmaba con implícita superioridad nos estamos colombianizando, allá se recuperaban espacios de soberanía y se combatía el crimen organizado, tanto en la selva como entre los políticos.

Ayer leímos una noticia con sabor a milagro: Ingrid Betancourt y otros 14 rehenes fueron liberados por la Operación Jaque sin que se disparara un tiro. El Ejército infiltró a las FARC, llevó un helicóptero blanco al corazón de las tinieblas y convenció a los guerrilleros de desplazar a los secuestrados a un sitio más seguro. La noche del miércoles, el general Padilla narró lo ocurrido con una claridad expositiva que sugería que el operativo también era un triunfo de la lengua castellana. Lo mismo puede decirse de los demás participantes en la asombrosa rueda de prensa, incluyendo a la ex candidata a la Presidencia, que soportó las penurias del secuestro leyendo un diccionario del que no se separaba, y al cabo que la asistió en cautiverio y le salvó la vida.

Cuando el helicóptero de las Fuerzas Armadas despegó, podía haber disparado sobre los guerrilleros. No lo hizo. El operativo no tuvo otra arma que la persuasión.

Ayer, Reforma dedicó su portada a la liberación de Ingrid Betancourt. La noticia contrastaba con dos temas locales: el secuestro de empresarios en Oaxaca y Aguascalientes y las secuelas del desastroso operativo en la discoteca News Divine.

La frase México se está colombianizando ha cambiado de signo: hoy es motivo de esperanza.

Fuente: Reforma / México
Viernes, 04 de julio de 2008

aquí otro link de miquel adria, comentando sobre los cambios en medellin.
http://www.elpais.com/articulo/arte/sicarios/orquideas/elpepuculbab/20080621elpbabart_8/Tes?print=1

2 comentarios:

Petite dijo...

uhm, desde ayer que leí tu blog me quedé pensativa, hoy lo vuelvo a leer y me quedo en las mismas, la cosa es que, no entiendo bien, no encuentro la esperanza...aca en Chihuahua por diversas razones personalmente, com ciudadano promedio he sentido a violencia y sentirse acorralado, bueno, no confiar en la policía, ni en los militares, obvio ni en sicarios o narcoraficantes, qué decir de políticos, no enernder nada, es de algún modo sentirte en una angustia constante, las cosas se están slaiendo de control...no, no sé como explicarlo. Saludos, qué loco lo de Pedro jejjj

Palmoba dijo...

en realidad esto tengo que leerlo otra vez, o dos veces más...

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