4/10/07

Rogelio Salmona

Se fue el maestro..

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Zoom. Por: Carlos Jiménez
Rogelio Salmona
Octubre 12 de 2007
Si hay algo que singulariza la cultura moderna colombiana es el hecho de que se condensa en unos cuantos nombres excepcionales, cuyas vidas y obras deslumbrantes han sumido en la penumbra las del resto de los autores que han coexistido con ellos. En literatura, el nombre es Gabriel García Márquez; en pintura, el de Fernando Botero; y en arquitectura el nombre es el de Rogelio Salmona, muerto el pasado 4 de octubre en Bogotá, luego de una larga y penosa enfermedad. Cierto, fuera de nuestro país él apenas era conocido entre sus colegas y los historiadores y los estudiosos de la arquitectura que, aunque situados en las más diversas latitudes, suelen coincidir en la alta estima que les merece su trabajo. Pero en Colombia, afortunadamente, su popularidad igualaba la de García Márquez y de Botero, porque él supo interpretar en términos de arquitectura la idiosincrasia de un país ensimismado y difícil con la misma gracia y dominio del oficio con las que lo han hecho el escritor y el pintor. Y aunque abundan las pruebas de la calidad de su interpretación, la más contundente de todas sigue siendo las Torres del Parque, un conjunto habitacional de tres torres, situado entre la plaza de toros y el cerro de Monserrate, que, desde su construcción a finales de los años 60 del siglo pasado, se convirtió en uno de los símbolos inconfundibles de la ciudad de Bogotá. Un episodio arquitectónico, un hito urbano y un manifiesto extraordinario que expuso de manera temprana y contundente tanto las preocupaciones e intenciones políticas y sociales que dominaron la fecunda e innovadora tarea constructiva de Salmona, como las claves de sus búsquedas formales y expresivas.

Allí, en ese proyecto de viviendas construido por encargo del BCH, Salmona puso en juego su idea de que el compromiso político del arquitecto se centra en la generación de ciudad por medio tanto del diseño de espacios que sean públicos por cívicos y no por mercantiles, como en la realización de una arquitectura cuya calidad sea capaz de dignificar la vida de los ciudadanos comunes y corrientes y no sólo la de aquellos que pueden pagarla.

En las Torres del Parque, en la sabiduría de su emplazamiento y de las cambiantes orientaciones de sus numerosas terrazas, está también su decidida apuesta por la valoración de los intensos paisajes bogotanos. Y en la brillante y sugerente utilización del ladrillo visto su deseo de aprovechar los materiales y los métodos constructivos tradicionales del país. En el resto de su obra, Salmona mantuvo esos compromisos iniciales, sin dejar por ello de investigar y de innovar, como lo demuestra que a su fidelidad inicial a las lecciones espaciales de Alvar Aalto y de Borromini, siguió su intento de aprender de los espacios ceremoniales precolombinos y su deseo de incorporar a sus obras la exquisita teoría de acequias y de fuentes que articula el prodigio de la Alhambra. En la biblioteca pública Virgilio Barco -una de sus últimas obras - quedó claro, además, su continuo interés por la actualidad y la cultura arquitectónica internacional.

Anónimo dijo...

Por: Benjamín Barney Caldas
Un arduo legado
Octubre 11 de 2007

Rogelio Salmona no sólo nos dejó sus muchos edificios, que afortunadamente pasarán a ser parte del patrimonio nacional para su correcta conservación y, en ultimas, para evitar su innecesaria demolición, como ya pasó hace años en Bogotá con una de sus mejores casas. Nos dejó también, ante todo, el compromiso de continuar, entre los arquitectos que lo son, su vehemente logro de que se comenzara a valorar de nuevo en Colombia la arquitectura. Hecho fundamental en este país de muchas ciudades tan nuevas, que crecen, en rápida transformación, con una mala arquitectura y un pésimo urbanismo. Y en donde un mal entendido desarrollo, puramente especulativo, separó la arquitectura de la cultura, ante el desinterés de unos intelectuales apenas interesados en la poesía escrita y la ceguera de unos ciudadanos que llegaron al extremo de elegir en Cali a un alcalde ciego y que por todas partes votan por candidatos que miran, pero no saben ver ni les interesa. Por eso, decía Salmona que hacer aquí (buena) arquitectura es un acto político.

Lamentablemente, de los más de 35.000 arquitectos que hay en el país no muchos lo son a carta cabal, pero todos tienen licencia para proyectar sin contar con la formación y, sobre todo, con la experiencia necesaria, para no hablar de los ingenieros, que hasta los ingenieros agrónomos lo pueden hacer. No en vano, en alguna ocasión dijo Salmona que sólo se podía aprender arquitectura trabajando con un maestro. Es urgente, pues, la reforma de la practica profesional y de las escuelas de arquitectura. Como lo dijo hace años Germán Téllez, habría que cerrarlas para poder abrirlas de nuevo bien. Lo que implicaría primero que todo reducir drásticamente su número, pues ahora ya son más de 60, lo que se explica sólo porque son un simple negocio. Y se necesitan más posgrados en arquitectura en las no más de diez escuelas respetables que hay y crear en ellas otros programas relacionados con la proyectación arquitectónica, como ya hace mucho tiempo lo hicieron las facultades de ingeniería, con sus distintas especializaciones, en todas las universidades del país.

Finalmente, habría que limitar a los que tengan una práctica larga en un despacho de arquitectos o estudios de posgrado en proyectación arquitectónica el ejercicio individual de este aspecto de la profesión. Paradójicamente, en Colombia sobran arquitectos, pero faltan mejores proyectistas. Y, por supuesto, éstos deberían estar agremiados como tales, pues no sólo tendrán que enfrentar a profesionales de todas partes, con la globalización del ejercicio de la profesión, si no que el futuro de nuestras ciudades, en tanto que artefactos, se juega en la mejor escogencia de su arquitectura. Así lo entendió Salmona y de ahí su interés en una ética del oficio. Su más importante y difícil legado es, pues, la búsqueda de una arquitectura pertinente y sostenible, que sea apropiada culturalmente en la medida en que contribuya seriamente a la identidad del país. Que permita “la posibilidad de crear imaginarios para transformar la vida”, como lo dijo en Jväskylä, al recibir la medalla Alvar Aalto que los arquitectos finlandeses le otorgaron hace pocos años

Anónimo dijo...

http://www.eltiempo.com/tiempoimpreso/edicionimpresa/lecturas/2007-10-13/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3760993.html

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